Entre 1994 y 1997, Apple permitió que otras empresas fabricaran ordenadores Mac bajo el nombre de ‘Mac clones’. Estos dispositivos, producidos por compañías como Power Computing y DayStar Digital, eran más rápidos, baratos y personalizables que los Macs oficiales, lo que suponía un atractivo para muchos usuarios. Sin embargo, el regreso de Steve Jobs a Apple cambió el rumbo: decidió invertir 100 millones de dólares para acabar con estos clones, ya que percibía que, lejos de salvar a Apple, estaban debilitándola.
La estrategia de licenciar el sistema operativo Mac OS a terceros surgió como un intento de emular el éxito de Microsoft, que había logrado expandirse al permitir que su Windows fuese utilizado por diversas marcas de PC. Bajo la dirección del entonces CEO Michael Spindler, Apple aspiraba a concentrarse en el software mientras otros fabricaban el hardware. Sin embargo, los clones se convirtieron en una competencia interna que estaba canibalizando las ventas de Apple.
En 1997, tras el lanzamiento de Mac OS 8, Jobs encontró una oportunidad legal para cerrar la puerta a los clones, ya que los acuerdos de licencia solo cubrían versiones anteriores del sistema operativo. En un movimiento audaz, compró el negocio de Power Computing por 100 millones de dólares, lo que incluyó tanto una compensación en efectivo como en acciones.
Al eliminar la competencia interna, Jobs no solo recuperó el control completo sobre el ecosistema Mac, sino que también aprovechó la experiencia de los ingenieros de Power Computing en ventas directas y configuraciones online para lanzar el Apple Store. Esta estrategia permitió a Apple centrarse en una única línea de productos, facilitando su posterior éxito con lanzamientos como el iMac.
La decisión de Jobs fue clave para el resurgimiento de Apple, asegurando que la compañía se centrase en la innovación y el control total de sus productos. Aunque controvertida, su visión permitió a Apple consolidarse como líder en el mercado tecnológico.
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