Barcelona se ha convertido en un imán para nómadas digitales de países ricos que buscan combinar teletrabajo y calidad de vida. Este fenómeno ha incrementado la demanda de alquileres, especialmente en barrios como Eixample, Gràcia y Sant Antoni, así como en zonas costeras como Sitges. Según datos de Homeclub, las solicitudes relacionadas con el teletrabajo han crecido un 42% en los últimos dos años.
A pesar de que Barcelona planea eliminar pisos turísticos en 2028, la llegada de estos trabajadores internacionales sigue presionando el mercado de la vivienda. Aunque el precio del alquiler ha caído tras la imposición de un tope, sigue siendo alto comparado con otras ciudades españolas. La presencia de estos nuevos residentes, que suelen ganar más que el promedio local, contribuye a la gentrificación y el aumento del coste de vida.
El interés de los nómadas digitales por Barcelona es comprensible, ya que ofrece un costo de vida más bajo que ciudades como Londres o Ámsterdam, mientras permite disfrutar de un entorno cultural y climático atractivo. Sin embargo, su presencia también genera desafíos sociales, ya que muchos de ellos no se integran plenamente en la comunidad local, creando una sensación de desconexión y transitoriedad.
La mayoría de estos teletrabajadores opta por alquileres a medio plazo, buscando flexibilidad y comodidad sin comprometerse a largo plazo. Este cambio en el perfil de los inquilinos refleja una tendencia hacia un nuevo tipo de urbanismo, en el que las ciudades deben adaptarse para equilibrar el atractivo internacional con la sostenibilidad local.
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